Uno de los momentos más emocionantes de la ceremonia de inauguración de unos Juegos Olímpicos es cuando la antorcha llega hasta el último portador y este enciende el pebetero olímpico. En preparación para cada edición olímpica, se dedica mucho tiempo y labor mental al diseño del pebetero, que alberga la llama olímpica durante todo el evento. Para los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, esta tarea fue dejada en manos del estudio de diseño japonés Nendo y su fundador, Oki Sato. Su impresionante orbe funciona con hidrógeno y fue diseñado con base en el tema elegido por Mansai Nomura, director creativo de las ceremonias de inauguración y clausura: “Todos se reúnen bajo el sol, todos son iguales y todos reciben energía”.
En total, Sato creó 85 bocetos antes de decidirse por el diseño final. Algunas de sus primeras versiones incluían flamas atrapadas en una esfera de cristal resistente al calor y hacer girar las flemas para darles una forma esférica y así capturar la esencia del Sol. Sin embargo, la esfera de aluminio que hemos visto se compone un hemisferio superior e inferior, cada uno compuesto por cinco paneles destinados a representar los aros olímpicos. Así, pasa de su forma de orbe a una “flor” que da la bienvenida a la flama ceremonial. “Esto expresa no solo el sol en sí, sino también la energía y la vitalidad que se puede obtener de él”, revela el estudio de diseño en un comunicado, “como plantas que brotan, flores que florecen y manos que se abren de par en par hacia el cielo”.
Este innovador pebetero fue creado meticulosamente y representa el futuro tanto en materiales como en diseño. La llama en sí es alimentada por energía de hidrógeno producida en la prefectura de Fukushima, una región que aún se está recuperando del gran terremoto que sufrió en 2011. Además, dado que las llamas de hidrógeno son invisibles, tuvo que ser coloreada por reacción con carbonato de sodio para producir el color vibrante del resplandor. A medida que se refleja en los espejos poligonales que recubren el interior de los paneles, la luz se dispersa y se refleja en todo el estadio.
Solo podemos imaginar cómo se sintió la tenista Naomi Osaka, quien tuvo el honor de encender el pebetero, mientras subía por monumentales escalones del podio para llegar a la cima. ¡Ver la llama cobrar vida desde el centro de este orbe floreciente a solo unos metros de distancia debió haber sido una experiencia inolvidable!
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