Hace 15 años, el fotógrafo Simon Roberts pasó un largo y crudo invierno en el implacable extremo norte de Rusia. En este lugar, desde diciembre hasta mediados de enero hay casi 24 horas de oscuridad, ya que el sol nunca cruza el horizonte. Así, Roberts se sintió inspirado a documentar la vida en uno de los lugares más fríos del mundo. El resultado es su aclamada serie Polyarnye Nochi.
Esta colección de imágenes, cuyo título significa “noches polares”, es un estremecedor vistazo a esta región. Cuando las temperaturas caían y la gente se refugiaba en sus casas, el fotógrafo salía a explorar en la oscuridad. Con una cámara de formato medio—las temperaturas eran un obstáculo para la fotografía digital—, Roberts recorrió las ciudades y pueblos alrededor de la bahía de Kola, resguardándose de vez en cuando para entrar en calor.
Bañado en tonos azules y grises, sus fotografías ofrecen una mirada inquietante a una tierra cubierta de hielo y nieve. Casi sin actividad humana, los paisajes –infinitos e intimidantes– son los protagonistas de las imágenes. Su inminente presencia deja en claro que, ahí, la naturaleza es la fuerza dominante; y si quieres sobrevivir, necesitas adaptarte.
Tuvimos la oportunidad de charlar con Roberts sobre estas imágenes, su amor por Rusia y cómo se siente vivir en un lugar donde el sol no sale por varios meses. A continuación, lee la entrevista exclusiva de My Modern Met.
¿Qué dio origen a tu fascinación con Rusia como fotógrafo?
Rusia siempre me ha fascinado. De niño, parecía vasto y misterioso; ocupaba la mayor parte del mapa de la pared en mi clase de geografía, ¡y era una región vital que debías capturar para ganar el juego de mesa Risk!
Sin embargo, lo que me abrió el apetito fue conocer a mi esposa, Sarah, quien estudiaba ruso en la universidad, y pasar un tiempo en Rusia durante su año sabático a mediados de la década de 1990. Si bien hubo varios documentales fotográficos importantes sobre Rusia en la década anterior después de la caída de la Unión Soviética, estos tendieron a centrarse en el colapso y el deterioro, con énfasis en las consecuencias del turbulento pasado de Rusia en lugar de las posibilidades de su futuro.
En 2004, Sarah y yo decidimos regresar y pasar un año recorriendo esta vasta nación. Motherland—el libro que nació de esto—tiene la intención de ser una declaración visual sobre la Rusia contemporánea, quince años después de la caída del comunismo.
Motherland fue todo un éxito. ¿La idea de Polyarnye Nochi surgió al mismo tiempo?No, fue después de viajar a la periferia ártica de Rusia durante el invierno –donde tomé estas fotografías– que decidí crear una serie específica sobre este fenómeno meteorológico único conocido como Polyarnye Nochi (o noches polares). Un periodo de oscuridad perpetua que ocurre solo dentro del círculo polar ártico entre diciembre y mediados de enero cuando el sol permanece debajo del horizonte.
Durante este tiempo uno experimenta un inquietante crepúsculo que puede durar varias horas en el medio del día. Esto a menudo es llamado la “Hora Azul”, cuando la luz residual se refleja en el mar azul y la nieve blanca y el paisaje se baña en un color azul profundo y vidrioso. Tan pronto como comencé a fotografiar en la región, supe que se convertiría en una serie independiente.
¿Qué te intrigó sobre el concepto de oscuridad invernal continúa?
Los inviernos implacables y dramáticos a menudo son considerados como una de las características más definitorias de Rusia. Un invierno ruso recuerda tanto a las grandes dificultades (temperaturas extremas, privaciones físicas, una atmósfera de aislamiento y desolación) como a la gran belleza. Como el poeta nacional del país del siglo XIX, Alexander Pushkin, escribió en la primera línea de un pareado que todo escolar ruso sabe de memoria: “Escarcha y sol: un día de maravilla”.
La majestuosidad de Rusia se ve realzada por la intensidad de su invierno y, durante siglos, el invierno ruso ha sido idealizado por muchos artistas, desde los realistas maestros del siglo XIX hasta los directores de cine modernos como Tarkovsky. Antes de partir hacia la península de Kola, vi una nueva película de Andrei Zviagintsev llamada The Return, que estaba impregnado de un tono azul tinta. No hay duda de que el efecto cinematográfico de Zviagintsev influyó en el resultado de mis fotos de Polyarnye Nochi.
¿Cómo te afectó la la oscuridad de casi 24 horas?
Después de un viaje en tren de 36 horas desde Moscú, lo primero que me sorprendió al llegar a Múrmansk fue la sensación de irrealidad. La ciudad estaba envuelta en niebla. Era como un espejismo, envuelto en una niebla azul arremolinándose. La nieve y las heladas pesaban sobre las ramas delgadas de los abedules y los edificios de apartamentos soviéticos parecían engañosamente glamorosos en la penumbra: las luces encendidas en las ventanas brillaban con sus promesas de calidez y refugio.
Sin embargo, fue la temperatura la que más me golpeó, literalmente. En el momento en que me bajé del tren, sentí que me había quedado sin aliento, mientras el viento helado me cortaba la piel. No había nada de otro mundo sobre el frío. Rusia reivindica la dudosa distinción de ser el país más frío del mundo. Día tras día, el lugar más frío del mundo suele estar en algún lugar de Rusia. De hecho, la temperatura más baja jamás registrada fuera de la Antártida fue en una ciudad siberiana de Oymyakon. Fue menos 72 grados. En Múrmansk, la temperatura promedio en invierno es de 30 grados bajo cero, aunque la severidad de las condiciones climáticas se ve algo mitigada por la corriente del Golfo, lo que garantiza que esta sección del mar de Barents nunca se congele por completo en invierno.
Recuerdo caminar hacia el mar en mi primera mañana, con la esperanza de echar un vistazo a uno de los muchos barcos militares o rompehielos nucleares anclados a lo largo de la costa (la importancia militar de la península de Kola se remonta a la Segunda Guerra Mundial, cuando estas aguas del norte se convirtieron en un salvavidas para Rusia y los aliados). En enero, sin embargo, el mar de Barents parecía no existir. Era más parecido a una niebla ondulante y espumosa que se agitaba a mi alrededor, tan espesa que parecía ser tangible. Justo en la costa, podía escuchar voces que hablaban en voz alta a través de la bruma, trabajadores en un bote trabajando bajo el brillo de una lámpara eléctrica. Era como si la ciudad estuviera decidida a ocultarse de mí.
Trabajar en temperaturas tan severas fue extremadamente desafiante. Solo podía permanecer afuera unos treinta minutos seguidos antes de que dejara de sentir los dedos de mis manos y pies y necesitara refugio en cafeterías o edificios de departamentos. La oscuridad constante te hace sentir somnoliento todo el día, pero por la noche no puedes dormir. Es como si el tiempo estuviera suspendido. Un estudio de 2013 publicado por la Academia de Ciencias de Rusia enumeró los efectos catastróficos del “síndrome del trastorno de salud polar”, que incluye una variedad de problemas cardíacos y pulmonares, así como trastornos mentales y emocionales generalizados.
¿Y qué efecto tuvo en ti como artista?
Los rigores del clima y la sensación de aislamiento intenso aumentaron mis sentidos y la experiencia me pareció extremadamente inspiradora.
La gente realmente queda en un segundo plano en estas composiciones. ¿Puedes explicar esa decisión?
Prácticamente, fue porque hay muy poca gente en la calle durante el invierno; los viajes a pie solo se realizan si es completamente necesario. En un viaje en trolebús, hice que la conductora diera un grito ahogado de incredulidad cuando descubrió que había estado caminando por las calles. Ella me aconsejó que no deambulara afuera a tales temperaturas. “Yo no lo haría”, insistió, “y estoy acostumbrada a vivir aquí”.
Las figuras humanas que habitan el paisaje parecen empequeñecidas no solo por la naturaleza, sino por las cosas que han creado: un ferrocarril, una fábrica, un buque de guerra. Quería que mis escenas transmitieran la inmensidad y la atemporalidad del paisaje ruso. Las personas en las fotografías están ahí para tener un punto de comparación; anónimos y como hormigas, se ven eclipsados por su entorno, delineados por la sombría y melancólica belleza de su entorno. Estas formas encorvadas parecen encarnar una resistencia y una aceptación.
En la historia, el pueblo ruso personifica una resistencia que les permite sobrevivir a grandes privaciones y mantener una esperanza y optimismo eternos a pesar de la –ocasionalmente– dura realidad de la vida cotidiana en este puesto avanzado del país. Entonces, metafóricamente, mis composiciones evocan a veces un sentido de la insignificancia de la existencia humana en relación con la enormidad de la naturaleza.
¿Qué fue lo que más te sorprendió durante tu estadía?
Sería la sensación de secreto y paranoia lo que impregnaba el lugar. Esto se debió en parte al hecho de que la península de Kola alberga una gran concentración del arsenal militar y nuclear de Rusia. Los puertos militares de Severomorsk, Severodvinsk y Borisglebsk están cerrados no solo a los extranjeros, sino también a los civiles rusos.
Sin embargo, un ruso que conocí, que había vivido en Múrmansk durante veinticinco años, nunca se había aventurado a recorrer los pocos kilómetros hasta Nikel, un pueblo cercano que las autoridades locales describieron amplia pero vagamente como “prohibido”. Cuando fui a fotografiar a un viejo astillero, mi conductor me advirtió ansiosamente: “Si alguien pregunta, diga que está fotografiando la naturaleza, no alguno de los edificios”.
Ha pasado mucho tiempo desde que tomaste estas imágenes. En retrospectiva, ¿qué piensas sobre esta serie?
Fue una de mis experiencias más memorables y la recuerdo con gran cariño. Comparto este trabajo como estar en la mejor road-movie.
¿Qué esperas que la gente se lleve de estas imágenes?
El ingenio del hombre frente al poder de la naturaleza es un aspecto de estas fotografías. Un tercio de la población de Rusia vive y trabaja en estas condiciones climáticas inhóspitas, y me parece extraordinario que se hayan construido fábricas, edificios de apartamentos, pueblos y ciudades enteras en lo que debería ser un páramo ártico desierto.
Sin embargo, las fotografías también son estudios de la forma en que la naturaleza, y específicamente el invierno (a pesar de ser temporalmente y a menudo brutalmente domesticada), puede consumir, transformar, embellecer y disfrazar el mundo hecho por el hombre. Las fotografías insinúan la incómoda coexistencia del hombre y la naturaleza, pero también capturan la belleza indefinible y esquiva que emerge debido a esta precaria alianza. La calidad etérea de la luz; la severidad de un paladar limitado: un cielo manchado de tinta, una blancura blanca, la calidad negra de árboles, carreteras o personas; la perspectiva elevada: todo se combina para sorprender al espectador con una sensación de inmensidad y grandeza.
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Todas las imágenes © Simon Roberts / cortesía de Flowers Gallery London & New York. My Modern Met obtuvo permiso de Simon Roberts para reproducir estas imágenes.
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