Como predecesor inmediato del arte moderno, no es de extrañar que el impresionismo sea considerado uno de los movimientos más innovadores de la historia del arte. Los artistas impresionistas son conocidos por su enfoque vanguardista en cuanto a las pinceladas y su interés por capturar las impresiones efímeras del mundo que los rodeaba. Además de estas innovaciones técnicas, el impresionismo también fue revolucionario por otra razón: la inclusión de mujeres.
Si bien los hombres predominaban en esta corriente artística, algunas mujeres encontraron su lugar entre los impresionistas parisinos, siendo Berthe Morisot la primera.
Formación artística
Berthe Morisot nació en Bruges, Francia, en 1841. Su familia se mudó a París cuando tenía 11 años, y—como era costumbre entre las hijas de familias adineradas—tomó clases privadas de arte con Joseph Guichard, un pintor francés. Además de ayudarla a mejorar sus habilidades técnicas, Guichard introdujo a Morisot a la escena de arte parisina, presentándole a artistas ya establecidos como Jean-Baptiste-Camille Corot y Édouard Manet. Eventualmente se casaría con el hermano de éste último.
Morisot también conoció a otros artistas mientras trabajaba como copista en el Louvre, y para mediados de la década de 1860 ya formaba parte del prometedor círculo de artistas de París.
Si bien Morisot eventualmente se volvería famosa por sus pinturas al óleo, al principio también dibujaba y hacía esculturas. Sin embargo, muchas de estas piezas no sobrevivieron. Trabajando bajo la creencia de que era “incapaz de hacer algo correctamente”, Morisot destruyó un buen número de las obras que creó en la década de 1860. Afortunadamente, esta actitud cambió poco después: en 1870 descubrió la pintura au plein air (“al aire libre”), una técnica que eventualmente definiría al impresionismo.
Uniéndose a los impresionistas
Entre 1864 y 1873, Morisot tuvo éxito en los salones de París, exhibiciones anuales que se adherían a los gustos de la Académie des Beaux-Arts. Estas muestras favorecían los temas tradicionales—incluyendo escenas históricas, mitológicas y alegóricas—creados de forma realista, algo que iba en contra de los ideales de los impresionistas.
Hacia el final de su tiempo en los salones, el trabajo de Morisot se volvió cada vez más experimental, a menudo mezclando acuarelas, óleos y pasteles en un solo lienzo. Este cambio de estilo, unido a su creciente interés por la pintura fuera de los confines de un estudio tradicional, llevó a Morisot a renunciar al salón y a unirse a la Société Anonyme Coopérative des Artistes Peintres, Sculpteurs, Graveurs (Sociedad Anónima de pintores, escultores y grabadores).
Eventualmente conocidos como los impresionistas, este grupo incluía a Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir, Edgar Degas y Camille Pissarro. Su primera exposición independiente tuvo lugar en 1874. Morisot presentó La cuna, una pintura al óleo que después se convertiría en su obra de arte más famosa.
Aunque la exhibición no fue muy bien recibida (un crítico llegó a comparar la icónica Impresión, sol naciente de Claude Monet con “papel pintado en estado embrionario”) la pieza de Morisot fue elogiada por su “gracia femenina”.
Estilo “femenino”
A lo largo de toda su carrera, el trabajo de Morisot seguiría siendo descrito como “femenino”. Esta caracterización puede atribuirse a dos características principales: una paleta de colores suaves y un toque delicado.
Color
Morisot prefería trabajar en tonos pastel y solía incorporar una abundancia de blanco en sus composiciones. Con esta paleta de colores , sus obras adoptan un aire etéreo: en sus retratos, la piel humana se asemeja a la porcelana; en sus paisajes marinos, el océano parece estar hecho de cristal; y, en sus paisajes (por ejemplo, Tendiendo la ropa a secar), el cielo se convierte en algodón de azúcar.
El exquisito uso del color de Morisot fue elogiado tanto por sus compañeros artistas como por la crítica. “Aquí tenemos una delicada colorista”, comentó el crítico de arte francés Philippe Burty en 1877, “que logra hacer todo coherente en una armonía general de tonos de blanco”.
“Libertad de manejo”
Al igual que su uso del color, el enfoque de Morisot hacia las pinceladas y su manejo de los pasteles se convirtieron en una parte intrínseca de su arte, siendo una de sus habilidades más celebradas.
“Todas sus acuarelas, sus pasteles, sus pinturas muestran… un toque ligero y un atractivo sin pretensiones digno de admirar”, dijo el crítico de arte Georges Rivière en 1877. “Mademoiselle Morisot tiene un ojo extraordinariamente sensible [y] logra capturar notas fugaces en sus lienzos, con una delicadeza, espíritu y habilidad que le aseguran un lugar prominente al centro del grupo de los impresionistas”.
Poéticamente descrita por el Museo Marmottan como una “libertad de manejo”, esta habilidad técnica se adaptaba perfectamente a sus temas preferidos: los paisajes de Normandía, los cálidos paisajes marinos del sur de Francia, y niños jugando en jardines floreados.
Últimos años y legado
Morisot continuó perfeccionando su estilo “femenino” mientras avanzaba su carrera. Con el nacimiento de la fotografía, comenzó a experimentar con composiciones recortadas en la década de 1880. Inspirándose en la estética gráfica de los grabados ukiyo-e japoneses, también jugó con la líneas en la década de 1890. Sin embargo, incluso con estos nuevos desarrollos, Morisot mantuvo su paleta de colores pastel y el elegante “toque” característico de su fase impresionista.
Hoy en día, su obra no es tan conocida como la de sus contrapartes masculinas, pero muchos museos todavía la consideran como una de las principales innovadoras del movimiento y, junto con la impresionista Mary Cassatt, es reconocida como una de las figuras femeninas más importantes de la historia del arte.
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