México es un país con una increíble diversidad cultural. Existen 68 comunidades indígenas repartidas por todo el territorio nacional, y más de 25 millones de personas se consideran miembros de alguna de ellas. Estas comunidades son las grandes protectoras de las antiguas tradiciones y rituales de sus pueblos, muchos de los cuales se mantienen hasta el día de hoy.
Si hablamos de rituales, uno de los más conocidos a nivel nacional e internacional es la ceremonia ritual de los voladores. Durante esta danza centrada en la fertilidad, cuatro jóvenes trepan por un mástil alto antes de lanzarse al vacío, volando en círculos hasta llegar al suelo. El resultado es un evento hipnótico que busca afianzar la relación del pueblo con los dioses.
Aunque a menudo se les conoce como voladores de Papantla, la ceremonia no solo es practicada en este pueblo veracruzano: de hecho, el rito es propio de diversos grupos étnicos—particularmente el pueblo nahua y totonaca—y su práctica se extiende a lo largo de México y Centroamérica.
Origen
El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) señala que el ritual de los voladores tiene unos 1,500 años de antigüedad. Según la leyenda, los dioses enviaron una fuerte sequía para reprochar el olvido del ser humano. Para hacer regresar la lluvia, se mandó a buscar el árbol más grande del bosque y a cinco jóvenes castos. Con el permiso del dios de la montaña, el árbol fue talado y trasladado al pueblo. Tras instalarlo, los cinco jóvenes treparon; cuatro de ellos invocarían a uno de los puntos cardinales mientras que el quinto—en representación del centro del universo—tocaba música. Los dioses quedaron satisfechos con el ritual, por lo que la lluvia regresó.
Las cosas cambiaron tras la llegada de los españoles. Como parte de su misión evangelizadora, la Iglesia prohibió la realización de muchas prácticas indígenas, incluyendo el ritual de los voladores. Sin embargo, la tradición perduró en algunas zonas del país, sobre todo en el estado de Veracruz.
La ceremonia
Para iniciar la ceremonia, un grupo de hombres de la comunidad se dirige al bosque en búsqueda del tsakáe kiwi—o palo volador—que se obtiene del árbol del chicozapote. Una vez que encuentran un árbol de tamaño suficiente, los hombres lo cortan y lo arrastran de vuelta a la comunidad, donde vuelve a ser plantado en la tierra. Durante todo este proceso se hacen ofrendas de flores blancas, tabaco, copal y aguardiente, a la vez que se realizan cantos y rezos. Las mujeres no tienen permitido tocar el palo en ningún momento, ya que se considera mal augurio.
Una vez que el palo volador está en su lugar, los cinco jóvenes realizan una danza ceremonial alrededor del mástil. Después llega la hora de trepar: uno a uno, los jóvenes suben a una plataforma colocada en la parte superior del palo, que puede encontrarse a una altura de entre 18 y 40 metros. El quinto hombre—conocido como caporal—usa una flauta y un tambor para tocar melodías en honor al sol, a los cuatro vientos y a los puntos cardinales. Una vez finalizada esta invocación, los cuatro jóvenes se lanzan al vacío, imitando el vuelo de los pájaros mientras las cuerdas se desenrollan. Con esto, los voladores buscan comunicarse con los dioses y traer prosperidad a su pueblo.
Los voladores en la actualidad
Al igual que muchas otras tradiciones de los pueblos indígenas, el ritual de los voladores se encuentra en peligro. Un gran problema es la folklorización del acto, que ha pasado de tener un verdadero valor ritual y espiritual a convertirse en un espectáculo. Por otro lado, la tala del tsakáe kiwi, una parte fundamental del ritual, se ha visto comprometida debido a que el árbol del chicozapote se encuentra en peligro de extinción.
Sin embargo, sí se está trabajando para conservar el ritual y el significado que tiene para las comunidades que lo practican. Hoy en día existe la Escuela de Niños Voladores, donde los miembros más jóvenes de la comunidad aprenden los principios espirituales y el significado del rito, así como los rezos que lo acompañan. Además, la ceremonia ritual de los voladores fue añadida a la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO en 2009; con ello, se busca que esta práctica milenaria sea reconocida a nivel internacional, y que esto ayude a salvaguardarla.
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