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El artista francovenezolano Carlos Cruz-Diez dedicó su vida al estudio del color, desafiando lo que se sabía sobre él y abriendo sus posibilidades creativas al entenderlo como una ocurrencia efímera. Uno de los máximos exponentes del arte cinético, Cruz-Diez fue también un gran defensor del arte público y un creador que sacó partido a la cualidad interactiva de la instalación. Hoy, sus revolucionarios hallazgos le han valido un lugar en el panteón de la plástica mundial.
¿Quién fue Carlos Cruz-Diez?
Carlos Eduardo Cruz-Diez nació el 17 de agosto de 1923 en Caracas, Venezuela. Su padre era químico y poeta, lo que le permitió estar en contacto con el arte, la literatura y la música desde una edad temprana. Su gran fascinación con la luz y el color nació de verlos rebotar y reflejarse en las botellas de la licorería de su abuelo. Amante de las historietas, empezó a dibujar desde los seis años, creando no solo ilustraciones, sino también pequeños periódicos y sus propios cómics.
En 1940, Cruz-Diez se inscribió en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas. Paralelamente, colaboraba como caricaturista en algunas revistas. En ese momento, su acercamiento a la pintura aún era figurativo y enraizado en el realismo social, con el fin de documentar la vida en los barrios más marginados de su natal Caracas. Tras obtener el diploma de profesor de Artes Aplicadas, trabajó como ilustrador y diseñador gráfico, explorando al mismo tiempo su amor por la fotografía y el cine.
Su primer acercamiento a la abstracción ocurrió a mediados de la década de 1950, tomando estas ideas para pintar un conjunto de murales con elementos geométricos que dieron de qué hablar en el Salón Oficial Anual de Arte Venezolano. Decidido a explorar las vanguardias, viajo a Europa y residió en Barcelona por un año, antes de decidir instalarse de forma permanente en París en 1960.
El color, según Cruz-Diez
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Para Carlos Cruz-Diez, el color era una situación que evoluciona en el tiempo y en el espacio. “No es solamente la anécdota de la forma”, dijo en una entrevista con la Revista de la Universidad de México. “Nos han condicionado durante siglos a ver al color como acompañante de la forma, a no reconocer su existencia sin ella… En el color incide la fenomenología, la subjetividad, la afectividad. Es un mundo afectivo, no tienes memoria de él, aprehendes lo genérico, no sus matices”.
El artista explicó sus preceptos sobre el color separado de la forma, así como su cualidad efímera, con un ejemplo en su entrevista con Lelia Driben. “A ti se te daña [una] media roja, vas a la tienda, compras un hilo rojo, pero cuando regresas te das cuenta de que ese rojo que llevas en tu cabeza no es el mismo, porque es imposible memorizar una situación efímera“, explicó. “Tú retienes lo genérico, el rojo, el verde, el azul, el gris, pero no su especificidad. Todo ello permite un juego que abre múltiples posibilidades. Es una situación fugaz, evolutiva, en el tiempo, en el espacio, que toca profundamente la afectividad”.
El cuerpo de trabajo de Cruz-Diez sobre el color tiene sus bases en ocho estudios que él llamó investigaciones cromáticas: Couleur Additive (Color aditivo), Physichromie (Fisicromía), Induction Chromatique (Inducción cromática), Chromointerférence (Cromointerferencia), Transchromie (Transcromía), Chromosaturation (Cromosaturación), Chromoscope (Cromoscopio) y Couleur à l'Espace (Color en el espacio). Cada una fue explorada y desarrollada a través de obras que muestran los hallazgos del artista.
Arte cinético
Partiendo de la cualidad efímera del color, el movimiento –el cinetismo– era clave para Cruz-Diez. Para él, esto permitía que el tiempo y el espacio reales se integrasen a la obra por primera vez, siendo ese su aporte histórico. Por otro lado, esto le inyectaba una especie de vida a la obra de arte, pasando de ser algo meramente contemplativo a una ocurrencia participativa.
Si bien este encuentro entre el movimiento y el color se puede apreciar mejor en sus piezas a gran escala que se valen de la arquitectura y la ingeniería, también es la razón de que algunas creaciones más representativas de la labor de Cruz-Diez sean instalaciones que, por su cualidad interactiva, permiten experimentar el color como algo efímero y que evoluciona con las condiciones ambientales.
“Abandoné el muro por el espacio. Nosotros no hacemos cuadros, hacemos situaciones, en la cuales las cosas están cambiando constantemente en el tiempo y en el espacio”, explicó en una entrevista con BBC Mundo.
Legado
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“He vivido 94 años de aventuras, pero debo confesarte algo ahora: viví sin las esperanzas de que mi obra artística se comprendiera, pero ahora estoy recibiendo el regalo de que las nuevas generaciones disfrutan y comprenden lo que hace tantos años atrás yo me propuse comunicar al mundo”, dijo en una entrevista con Contrapunto meses antes de su muerte. “Sigo haciendo arte en gran parte para que el espectador se divierta tanto como yo cuando las sueño y cuando logro hacerlas y materializarlas”.
Carlos Cruz-Diez murió el 27 de julio de 2019 en París a los 95 años de edad. Adelantado a su tiempo, su larga carrera artística abarca casi 70 años. “Fue un venezolano universal cuyas obras forman parte del paisaje urbanístico de muchas ciudades”, dijo Romain Nadal, embajador de Francia en Venezuela, al recordar al artista.
Hoy, sus creaciones forman parte de los grandes museos del mundo, como el Museo de Arte Moderno de Nueva York, la Tate Modern de Londres y el Centro Pompidou de París. El Museo de la Estampa y del Diseño Carlos Cruz-Diez, que alberga obras del artista y otros creadores modernistas, abrió sus puertas en Caracas en 1997. No obstante, sus piezas más célebres se encuentran fuera de los museos, como su instalación en el piso del Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar y su instalación a gran escala en el estadio de los Marlins, el equipo de beisbol de Miami.
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