7 Cosas que quizás no sabías sobre Chichén Itzá

Pirámide de Kukulkán en Chichén Itzá

Fotos de stock de javarman/Shutterstock

México está lleno de zonas arqueológicas maravillosas, pero Chichén Itzá es sin duda una de las joyas de la corona. Ubicada en la península de Yucatán, a unos 200 kilómetros de Cancún, esta ciudad llegó a ser el centro político, económico y cultural del imperio maya. Chichén Itzá—cuyo nombre significa “boca del pozo de los itzá”—ya existía en el periodo Clásico, pero no fue hasta el siglo XII, tras la llegada de los toltecas, que la ciudad alcanzó su máximo esplendor.

Hoy en día, Chichén Itzá atrae a todo tipo de personas gracias a su fascinante historia e imponentes construcciones. ¿Quieres saber más? Sigue leyendo para descubrir 7 cosas que quizás no conocías sobre Chichén Itzá.

La pirámide de Kukulkán es fruto de increíbles cálculos matemáticos y astronómicos.

Pirámide de Kukulkán en Chichén Itzá

Fotos de stock de Iren Key/Shutterstock

La zona arqueológica de Chichén Itzá es mejor conocida por la monumental pirámide de Kukulkán. A su llegada a Yucatán, los conquistadores españoles le dieron el nombre del “Castillo”, y es fácil ver por qué. Con 24 metros de altura y 55 metros de base, esta enorme estructura fue construida en el siglo XII para rendir culto a Kukulkán, la serpiente emplumada y principal deidad de los mayas–una figura equivalente a Quetzalcóatl en la cultura mexica.

La civilización maya tenía grandes conocimientos de matemáticas, geometría y astronomía, y todo ellos quedaron expresos en el templo de Kukulkán. La pirámide cuenta con cuatro escalinatas de 91 escalones cada una, que, junto con la plataforma en la cima del templo, suman los 365 días del año. La orientación de la pirámide también refleja la precisión de los conocimientos astronómicos del pueblo maya: durante los solsticios de verano e invierno, el sol ilumina el templo en una diagonal perfecta. Así, dos de sus fachadas quedan iluminadas por completo, mientras que las otras dos quedan en completa oscuridad.

Dos veces al año, una serpiente “desciende” por las escaleras de la pirámide.

Descenso de Kukulkán en Chichén Itzá

Descenso de Kukulkán durante el equinoccio de primavera, marzo 2009. (Foto: Wikimedia Commons dominio público)

Los mayas eran una civilización agrícola, por lo que registrar eventos astronómicos y conocer los cambios de estación era fundamental. El Castillo es un gran ejemplo de estos registros: cada año, durante los equinoccios de primavera y otoño, los rayos del Sol producen un efecto muy particular en la pirámide. Poco antes de la puesta de sol, las sombras producidas por la estructura se unen a las cabezas de la escalinata, creando la ilusión de una serpiente ondulante que baja por el templo.

Este efecto, conocido como el descenso de Kukulkán, puede observarse durante varios días alrededor del 21 de marzo y el 22 de septiembre. Sin embargo, el sitio arqueológico suele registrar una mayor cantidad de visitantes el día del equinoccio de primavera, ya que hay quien acude al lugar para “cargarse de energía” en este antiguo sitio sagrado.

El complejo va más allá de solo la pirámide.

Templo de los Guerreros en Chichén Itzá

Templo de los Guerreros y grupo de las mil columnas. (Foto: Keith Pomakis vía Wikimedia Commons CC BY-SA 2.5)

Si bien la pirámide de Kukulkán es el elemento más conocido de Chichén Itzá, este complejo arqueológico en realidad se compone de un gran número de estructuras con funciones variadas. Entre las más importantes se encuentra el observatorio, conocido popularmente como el Caracol debido a las escaleras en espiral dentro de la torre. Esta estructura redonda permitía a los mayas observar y registrar fenómenos astronómicos, incluyendo eclipses, equinoccios y el ciclo de Venus.

Otras edificaciones importantes incluyen el Templo de los Guerreros dedicado a Chaac-Mool, el “dios reclinado”, y el grupo de las mil columnas, una plaza que servía para conectar otros edificios del complejo. En Chichén Itzá también se encuentra el campo de juego de pelota más grande de toda Mesoamérica, con 166 metros de largo. Es, además, uno de los mejores conservados, ya que aún se preservan los dos anillos por donde debía pasar la pelota.

Su cenote era un centro de peregrinación.

Cenote sagrado en Chichén Itzá

Foto: André Möller vía Wikimedia Commons CC BY-SA 3.0

A poca distancia del sitio arqueológico se encuentra el Cenote Sagrado, una fosa profunda de 60 metros de diámetro y 27 de profundidad total. Este lugar era un punto de peregrinación para los mayas antiguos, quienes visitaban el cenote para realizar rituales, ofrendas y sacrificios a los dioses, específicamente a Chaac, dios de la lluvia. En el fondo del cenote se han encontrado objetos decorativos y herramientas de materiales como madera, oro, jade y cerámica, al igual que restos humanos.

Atrajo la atención de arqueólogos y exploradores de todo el mundo.

Chichanchob en Chichén Itzá

El Chichanchob a la llegada de Desiré Charnay, 1857–89. (Foto: Wikimedia Commons dominio público)

Desde la llegada de los españoles a Yucatán en el siglo XVI, Chichén Itzá ha capturado la imaginación de innumerables viajeros y exploradores. El conquistador español Francisco de Montejo y el cronista franciscano Diego de Landa fueron los primeros en describir a detalle la existencia de la ciudad. Ambos quedaron impresionados por sus dimensiones y por lo bien conservadas que se encontraban sus construcciones.

Chichén Itzá entró en el imaginario popular extranjero gracias al explorador John Lloyd Stephens, quien en 1841 publicó un libro sobre sus aventuras explorando la zona titulado Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán. Desde entonces, el interés por visitar la zona arqueológica creció entre los académicos del mundo. Uno de ellos fue Desiré Charnay, un arqueólogo y fotógrafo francés que visitó y retrató las ruinas en la década de 1860. En ese entonces, las estructuras de Chichén Itzá se encontraban cubiertas de vegetación y el fotógrafo las capturó en esa condición. Charnay montó una exposición a su regreso a Francia, y el propio Napoleón III quedó tan fascinado por las fotografías que financió la edición de su libro Cités et ruines americaines, donde publicó las mejores fotos de sus viajes por México.

Sin embargo, no toda la atención que atrajo fue buena. Al escuchar que los mayas sacrificaban a mujeres ricamente ataviadas en el Cenote Sagrado, el arqueólogo y diplomático Edward Herbert Thompson compró la hacienda Chichén Itzá en 1893. Durante los 30 años siguientes, Thompson se dedicó a extraer esqueletos, joyas y piezas arqueológicas del cenote, que después fueron trasladadas y vendidas ilegalmente a museos en Estados Unidos. Tras una larga batalla legal, la hacienda finalmente fue expropiada por el gobierno mexicano. El Museo Peabody había adquirido la mayoría de las piezas, por lo que en 1970 accedió a devolver a México la mitad de su colección.

Si aplaudes frente a la pirámide de Kukulkán, escucharás el “canto” de un quetzal.

Además de sus conocimientos matemáticos, parece ser que los mayas también eran maestros de la acústica. Aunque no se sabe a ciencia cierta si el efecto fue intencionado o no, muchas personas han señalado que el sonido que se produce es muy parecido al del canto del quetzal. Esta ave de largas plumas era un animal sagrado para los mayas, ya que se le asociaba con la serpiente emplumada.

Y, ¿a qué se debe ese este fenómeno acústico? El secreto está en la forma de las escaleras de la pirámide. Al aplaudir, el sonido se propaga a diferentes velocidades, llegando primero a los escalones inferiores y luego a los superiores. Esta diferencia de milisegundos es la que provoca el peculiar eco.

Es el segundo sitio arqueológico más visitado de México.

Chichén Itzá forma parte de la lista de Patrimonio de la Humanidad desde 1988, y desde entonces recibe a millones de visitantes cada año. De hecho, es el segundo sitio arqueológico más visitado de México, superado solo por Teotihuacán. En 2018 fue visitado por 2.7 millones de personas, demostrando el ancestral encanto de estas ruinas arqueológicas.

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Sofía Vargas

Sofía Vargas es redactora en español para My Modern Met. Originaria de la Ciudad de México, es licenciada en Lenguas Modernas y tiene un Máster en Gestión Cultural por la Universidad Carlos III de Madrid. A lo largo de su carrera ha trabajado para varias instituciones culturales y ferias de arte en México. Además de escribir, Sofía dedica su tiempo a explorar otras prácticas artísticas, como la cerámica y la ilustración.
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