Cada invierno, millones de personas acuden a ver El Cascanueces, uno de los ballets más famosos de todos los tiempos. En realidad, los inicios del ballet se remontan a siglos antes de que la pequeña Clara empezara a cautivar al público mientras volaba por un mundo de caramelo con su elegante cascanueces. Aunque los ballets más antiguos que se representan hoy en día datan del siglo XIX, las danzas coreografiadas en un estilo conocido como ballet ya se realizaban en el Renacimiento italiano.
A medida que el estilo se extendió por la Europa del siglo XVI, la danza se convirtió en una forma de arte que finalmente se profesionalizó y perfeccionó. Sigue leyendo para conocer los orígenes del ballet, una disciplina elegante y poderosa que ha cautivado los corazones de los niños y ha catapultado a talentosos bailarines al estrellato.
El ballet cortesano
Las primeras danzas de ballet eran una forma de entretenimiento cortesano altamente ritualizado en la Italia renacentista. Se trataba de rutinas coreografiadas interpretadas por aristócratas, hombres y mujeres, con sus elaborados trajes de corte. Estas danzas eran habituales en las bodas de la élite, donde los miembros del público se unían a la diversión. Las primeras danzas se inspiraban en la mitología e incluían simbolismo político.
La palabra ballet, sin embargo, procede del ballet de cour, o ballet cortesano, un espectáculo francés estilizado de danza, teatro y discursos. El primer ballet cortesano tuvo lugar en 1573 en la corte francesa, impulsado por la reina de Francia de origen italiano Catalina de Médici, que llevó su amor por el ballet al país galo. La primera representación contó con bailarinas que representaban a las diferentes provincias francesas.
El amor de la reina por el ballet dio origen a un largo interés de la realeza francesa por este nuevo estilo de danza. El ballet cortesano siguió siendo una parte importante del entretenimiento real. El rey Luis XIV —conocido por su opulento palacio de Versalles— obtuvo su apodo de “Rey Sol” por su papel de Apolo en una representación del Ballet de la Nuit en 1653. Bajo el gobierno del Rey Sol, el ballet se convirtió en una disciplina más formal. En 1661 se fundó la Academia Real de la Danza, y sus maestros se pusieron a trabajar en la estandarización de la notación coreográfica. Las cinco posiciones estándar del ballet datan de esta época en la Francia de finales del siglo XVII.
Innovaciones del siglo XVIII
En el siglo XVIII, el ballet era bastante común en las cortes europeas. Aparecieron los primeros bailarines profesionales, y sustituyeron en gran medida a los aristócratas que antes bailaban juntos. Los teatros de ópera representaban óperas combinadas con ballet, pero a mediados de siglo se abandonó esta práctica en favor del acompañamiento orquestal. Inspirados por el Romanticismo de la segunda mitad del siglo XVIII, los personajes representados por los bailarines se ampliaron para incluir a nobles, campesinos y otras figuras románticas, casi de cuento de hadas. El ballet comenzó a desarrollarse como un arte narrativo más que como un simple espectáculo. El uso de los pasos y el lenguaje corporal para expresar emociones e interacciones se convirtió en algo fundamental.
La figura más importante del ballet del siglo XVIII fue Jean-Georges Noverre, a quien se suele atribuir el cambio narrativo hacia el ballet de acción. El bailarín y coreógrafo francés escribió Lettres sur la Danse et les Ballets. Publicado en 1760, el texto esboza un estilo de ballet basado en las relaciones entre los personajes. Este nuevo estilo se inspiraba en el antiguo arte de la pantomima, por lo que el ballet de acción también era conocido como ballet de pantomima. El ballet más famoso de Noverre —Les Fêtes Chinoises— adoptó plenamente la estética rococó, con bailarines danzando delante de lujosas escenografías. El público parisino quedó encantado con el ballet en su primera representación en la ciudad en 1754.
Al representarse en teatros y óperas, el ballet estuvo cada vez más al alcance del público fuera de la corte real. El arte seguía estando dominado por coreógrafos masculinos, pero las mujeres también componían y aparecían en el escenario. Marie Sallé —una de las primeras inspiraciones de Noverre, su antiguo alumno— fue una de ellas. Conocida por ser una de las primeras bailarinas que adoptó un estilo verdaderamente emotivo, actuó en la Ópera de París y en el Covent Garden antes de retirarse para enseñar danza. Sus habilidades eran tan veneradas que la nobleza la seguía buscando en su retiro; incluso llegó a bailar en Versalles. Además de su trabajo como bailarina, coreografió sus propios ballets, incluido uno llamado Pigmalión, basado en el mito griego de un hombre que esculpe a una compañera.
El ballet romántico
En el siglo XIX surgió un estilo de ballet que hoy en día sería familiar al público moderno. Con la Revolución francesa los gustos cambiaron, y el ballet se separó de sus raíces cortesanas. Las faldas se acortaron y se introdujeron zapatillas de ballet blandas que favorecían el movimiento de los artistas. Las bailarinas profesionales desarrollaron el baile en puntas durante las primeras décadas del siglo. Entre estas pioneras se encuentran las bailarinas italianas Amalia Brugnoli y Marie Taglioni, así como la bailarina francesa Fanny Bias, de la compañía del Ballet de la Ópera de París. Durante el siglo XIX, la bailarina se convirtió en la estrella de una disciplina que alguna vez estuvo dominada por los hombres.
El Romanticismo que impregnó el arte europeo en el siglo XIX también tuvo su influencia en el ballet. Muchas obras de ballet clásico se escribieron durante este periodo y se conocen como ballets románticos. Entre ellas están La sílfide (1836) y Giselle (1841). Ambas piezas se siguen representando hoy en día, aunque a menudo con una coreografía más reciente. Los movimientos suaves, los personajes folclóricos y los escenarios campestres eran elementos característicos del nuevo género. Las bailarinas llevaban largos tutús de tul y zapatos de punta especialmente fabricados para bailar sus papeles principales.
Aunque el ballet llegó originalmente a Rusia bajo las campañas de occidentalización de Pedro el Grande, se considera que la culminación del ballet ruso comenzó a finales del siglo XIX con la llegada del coreógrafo francés Marius Petipa. Mientras residía en Rusia, creó los célebres ballets La bella durmiente, El lago de los cisnes y El cascanueces (estos dos últimos en colaboración con Lev Ivanov). Estos ballets —que siguen siendo algunos de los más representados hoy en día— contribuyeron a establecer la primacía rusa en el mundo de la danza clásica. A finales del siglo XIX, los espectáculos de ballet podían ser vistos por personas de diversas clases sociales en teatros y salas de música de todo el mundo. Aunque no todos los bailarines conseguían puestos en las principales compañías, los que lo hacían eran venerados e incluso podían llegar a ser nombres conocidos.
Compañías modernas y coreógrafos neoclásicos
La llegada del siglo XX trajo consigo la Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa. Los bailarines rusos de San Petersburgo se reunieron bajo la dirección artística de Sergei Diaghilev en 1909 para bailar en París. Esta actuación dio origen a la célebre compañía itinerante conocida como Ballets Rusos. Hasta 1929, la compañía actuó por todo el mundo; muchos de sus miembros quedaron en el exilio tras la revolución. El grupo realizó dos giras por Estados Unidos e incluso actuó en el Salón de los Espejos de Versalles, devolviendo el ballet a su lugar de origen. A lo largo de sus dos décadas de historia, la compañía colaboró con artistas de la talla de Stravinski, Picasso y Matisse. Artísticamente, la compañía revolucionó el ballet y lo llevó al siglo XX. El público quedó especialmente impresionado con el estreno del ballet La consagración de la primavera —en el que una joven baila hasta morir—, con la influyente coreografía del coreógrafo polaco Vaslav Nijinsky y música del compositor Ígor Stravinski.
En la segunda mitad del siglo XX surgió un nuevo estilo conocido como ballet neoclásico. George Balanchine, un joven bailarín ruso formado en la Escuela Imperial de Ballet de San Petersburgo, se convirtió en una de las figuras más importantes del ballet moderno. El joven bailarín de formación clásica huyó de la Rusia soviética en 1924 y se unió a los Ballets Rusos en París como coreógrafo. En 1928 se estrenó en París su obra Apolo, considerada hoy el primer ballet neoclásico. Su estética depurada y su coreografía impulsada por la música (en lugar de la narrativa) fueron innovadoras para la época.
En 1933, Balanchine se mudó a Estados Unidos. Fundó la Escuela de Ballet Estadounidense en 1934 y el Ballet de Nueva York en 1948. La tradición del ballet norteamericano moderno está fuertemente influenciada por Balanchine y su coreografía moderna y vanguardista, que reivindicaba el rol de los bailarines masculinos, antes ignorados. Los legendarios bailarines masculinos de mediados de siglo siguen siendo venerados hoy en día, como Rudolf Nureyev y Mikhail Baryshnikov. Este último bailó brevemente con el Ballet de Nueva York de Balanchine por su deseo de estudiar con el renombrado coreógrafo; sin embargo, Baryshnikov es mejor conocido por sus décadas de trabajo con el American Ballet Theatre como bailarín y director artístico.
Ballet contemporáneo
Hoy en día, muchos ballets clásicos siguen siendo increíblemente populares, e interpretar papeles como el del Hada de Azúcar y Giselle pueden impulsar a una bailarina al estrellato. Sin embargo, el ballet contemporáneo va más allá del trabajo de los coreógrafos del siglo XIX. Partiendo de las composiciones emocionales y sin narrativa de Balanchine y otros artistas neoclásicos, el ballet contemporáneo busca ser disruptivo, y suele hacer un especial énfasis en la corporalidad. El vestuario puede ser mínimo, las zapatillas de ballet inexistentes o tener sofisticados efectos especiales que se sincronizan con los movimientos de los bailarines.
El ballet es una forma de arte expresiva, rica y emotiva, y está empezando a diversificarse para incluir a los que antes estaban excluidos. Bailarines de color, como la bailarina principal Misty Copeland, han logrado llegar a lo más alto de instituciones que históricamente fueron predominantemente blancas, como el American Ballet Theater. También están surgiendo jóvenes coreógrafos que utilizan su formación clásica y el atletismo de los bailarines para informar sus coreografías de danza contemporánea. El ballet crece, se expande y evoluciona. Incluso hay una forma conocida como hiplet que fusiona el ballet y el hip hop. Con los jóvenes artistas a la cabeza, es probable que el futuro del ballet sea aún más brillante que su pasado.
Para ver una demostración de 400 años de desarrollo del ballet en siete minutos, mira este video de la Royal Opera House.
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