Aunque en el mundo occidental usualmente se busca la perfección, la cultura japonesa celebra la belleza de la fugacidad y la imperfección – encapsulados en el concepto wabi-sabi. Esta expresión esta íntimamente ligada al Budismo (específicamente el Zen) y se deriva del concepto de Tri Laksana (o sanbōin) – la enseñanza budista de que todas las cosas tienen “impermanencia” (mujō), “sufrimiento” o daño (ku) y “ausencia de ser” (kū). Por esto, se cree que los objetos wabi-sabi se vuelven más bellos con el paso del tiempo. Y entre más frágil, roto o humilde es un objeto, mayor es su valor.
Para poder traducir y entender mejor el término, resulta más fácil dividir wabi-sabi en dos palabras. Mientras que “wabi” se refiere a la belleza encontrada en la asimetría y los objetos desiquilibrados, “sabi” describe la belleza de envejecer, y celebra la fugacidad de la vida con el pasar del tiempo. Aunque esta filosofía puede ser apreciada en muchos aspectos de la vida, pocas cosas pueden capturar la esencia del wabi-sabi mejor que la cerámica japonesa, donde los objetos con mayor valor usualmente están agrietados, descoloridos, e incluso incompletos. Un claro ejemplo del wabi-sabi es el arte del kintsugi, donde la cerámica agrietada es reparada usando laca de oro como forma de mostrar la belleza en el daño, en lugar de esconderlo.
Wabi-sabi y las tradicionales ceremonias del té en Japón
En 1199, un monje conocido como Eisai, regresó a Japón desde China con planes de crear el primer templo Zen budista japonés. Eisai trajo consigo bolsas de semillas de té verde, introduciendo el primer estilo de preparación de te, llamado “tencha”. En este, té verde molido –conocido como matcha– se combina con agua caliente en un tazón para después ser batido. Este té se tomaba regularmente en rituales religiosos en monasterios budistas para que los monjes pudieran mantenerse despiertos durante largos periodos de meditación.
Sin embargo, el té se alejó de sus raíces espirituales y fue adoptado por la clase alta, que tenía otros objetivos en mente. Los nobles y los militares organizaban fiestas de té para presumir sus caros recipientes y utensilios importados de China.
En 1488 en Kioto, un monje llamado Murata Jukō decidió redefinir la manera en que se tomaba el té. El monje creó un documento conocido como Kokoro no fumi (La carta del corazón), en donde describe una ceremonia del té basada en los ideales filosóficos del wabi-sabi. Junto con un estilo de meditación “sin complicaciones”, alentaba el uso de cerámica sin esmaltar y desgastada hecha por artesanos japoneses.
Para el siglo XVI, el té se había esparcido a todos los niveles de la sociedad japonesa e, incluso hoy en día, muchas de las grandes escuelas de té siguen las tradiciones de Sen no Rikyū – el gran “maestro del té”. Rikyū ayudó a popularizar e incorporar el wabi-sabi a un nuevo modelo de ceremonia del té, enfocado en instrumentos, recipientes y ambientes simples. Uno de los recipientes desarrollados durante esta época fue un humilde tazón para té hecho de tejas antiguas, conocido como Raku – un estilo que continua influenciando el trabajo de alfareros modernos en todo el mundo.
Cerámica Raku
Raku-yaki (cerámica Raku) se fabrica tradicionalmente manejando la arcilla completamente a mano, en lugar de usar un torno. Generalmente convertidos en cuencos de té, los últimos pasos en el proceso de elaboración involucran hornear las piezas a temperaturas bajas, retirándolas del horno mientras siguen calientes, y permitiendo que las piezas se enfríen al aire libre. Este proceso resulta en recipientes porosos que usualmente se dejan sin barnizar. Si el alfarero decide decorar la pieza, algunas de las técnicas tradicionales incluyen el encerado, craqueleado, glaseado en cobre, y glaseado en negro mate. En algunos casos, los alfareros acomodan cabello de caballo en sus creaciones antes de hornearlo, lo cual deja líneas orgánicas una vez que el cabello se cuece en el horno.