En aras de la conveniencia, los principales movimientos de la historia del arte suelen ser asociados con los pioneros y las figuras más destacadas. Por ejemplo, el éxito del impresionismo a menudo se atribuye a Claude Monet, mientras que Salvador Dalí suele ser visto como el único arquitecto del surrealismo. Sin embargo, además de simplificar demasiado la complejidad de estos géneros, este sistema de atribución tiene muchos problemas; entre ellos, que las mujeres artistas rara vez son mencionadas.
Un excelente ejemplo de una pintora en las sombras es Artemisia Gentileschi. Aunque nació en una familia de artistas exitosos e incluso fue aceptada en una prestigiosa escuela de arte, históricamente ha sido pasada por alto en favor de Caravaggio, un pintor contemporáneo al que se le atribuye el inicio del movimiento barroco.
Por fortuna, hoy en día cada vez más museos, libros de historia y otras instituciones culturales han comenzado a poner los reflectores sobre esta subestimada figura y las poderosas historias detrás de sus pinturas más famosas.
Estas son 5 de las pinturas más importantes de Artemisia Gentileschi.
Susana y los viejos (1610)
Artemisia Gentileschi nació en Roma en 1593. Su padre era el afamado pintor toscano Orazio Gentileschi, por lo que la artista estuvo expuesta al arte desde temprana edad. Como adolescente, trabajó al lado de su padre en su estudio de arte, donde aprendió los fundamentos de la pintura y completó Susana y los viejos, la pintura más antigua que se conoce de Gentileschi.
Creada cuando la artista solo tenía 17 años, esta pintura a gran escala representa una escena bíblica. La obra muestra a Susana, una mujer hebrea casada, siendo acosada y atacada por dos hombres mientras se bañaba. Después de negarse a tener relaciones sexuales con los agresores, Susanna es chantajeada y juzgada falsamente por adulterio. Sin embargo, su esposo, Daniel, señala la naturaleza injusta de la acusación y, a su vez, los acusadores son interrogados. Después de no encontrar consistencia en sus historia, los hombres son ejecutados.
Gentileschi creó esta escena en lo que se convertiría en su estilo característico: un enfoque realista sobre la anatomía femenina, una paleta de colores profundos, y un uso magistral de la luz y la sombra. Sin embargo, lo más prominente fue que sentó las bases para el que eventualmente se convertiría en el tema preferido de Gentileschi: figuras femeninas que sufren, pero son fuertes ante todo, provenientes de la mitología, la Biblia y los relatos alegóricos.
Judith decapitando a Holofernes (1614-1620)
El enfoque a largo plazo de Gentileschi en sujetos femeninos fue moldeado por un evento que ocurrió el mismo año en que completó Susana y los viejos. En 1610, su padre colaboró con Agostino Tassi, un artista italiano, en un proyecto en Roma. Durante este tiempo, Tassi violó a la artista, que entonces tenía 17 años, por lo que su padre presentó cargos. Si bien Tassi fue exiliado por su comportamiento –que también incluyó cargos por robo e intento de asesinato– nunca cumplió su sentencia.
Sin embargo, Gentileschi buscó su propia forma de venganza. En 1610, pintó Judith decapitando a Holofernes, una pieza que retrata una historia del Antiguo Testamento en la que una viuda y su sirvienta dominan, y eventualmente decapitan, a un hombre lujurioso y amenazante. Dado el momento de la finalización de la pintura, muchos creen que Gentileschi canalizó su propia agresión sexual (y los sentimientos consecuentes hacia Tassi, representado por Holofernes) al elaborar la composición.
En 1614, Gentileschi volvió a este tema, produciendo una segunda copia de Judith decapitando a Holofernes. Con una paleta de colores más vívida y mayores contrastes entre claro y oscuro, este trabajo posterior eventualmente tipificaría toda su obra.
Judith y su sirvienta (1625)
Entre 1623 y 1625, Gentileschi volvió una vez más a la historia de Judith. En Judith y su sirvienta, captura el momento después del asesinato, cuando la heroína y su criada colocan la cabeza decapitada de Holofernes en una bolsa.
Si bien Judith decapitando a Holofernes es reconocida predominantemente por el enfoque radical de Gentileschi, Judith y su sirvienta es celebrada por su uso de la luz y la sombra. Además de acentuar los tonos ricos que se encuentran en el vestido dorado de Judith y las cortinas de terciopelo rojo, este uso de la luz aumenta el drama de la escena y, en última instancia, muestra el dominio de Gentileschi de una habilidad barroca por excelencia.
Lucrecia (1625)
Las representaciones de Gentileschi de Judith no fueron las únicas piezas en las que la artista que exploró los efectos del acoso sexual y la violación en su trabajo. En 1623 pintó Lucrecia, un trabajo que presenta una figura femenina al borde del suicidio. Específicamente, muestra a Lucrecia, una mujer noble romana de la vida real, que optó por quitarse la vida después de ser violada por Sexto Tarquinius, el hijo de un rey etrusco.
Si bien muchos pintores han encontrado una musa en Lucrecia, la famosa interpretación de Gentileschi (completada en 1625) es descrita por la famosa historiador de arte Mary Garrard como “la variante más inusual y más radical del tema en la pintura moderna temprana”. Esto se se debe principalmente a la estrategia de Gentileschi de representar el momento justo antes de que Lucretia decida suicidarse y no, como en el caso de muchas otras pinturas, el suicidio en sí.
Aunque sin precedentes, esta decisión coincide con el enfoque de Gentileschi sobre este tema, ya que Lucrecia, segura en sus convicciones, es descrita como una “mujer fuerte, una heroína fuerte”.
Autorretrato como alegoría de la pintura (1638-1639)
La inclinación de Gentileschi por pintar mujeres no se limitaba a historias bíblicas y relatos antiguos. De hecho, a veces encontró inspiración en una figura contemporánea: ella misma.
En 1639, Gentileschi completó su autorretrato más célebre, Autorretrato como alegoría de la pintura. En esta singular pintura, la artista se imagina como una alegoría, un enfoque creativo que incorpora sutilmente sus puntos de vista feministas. “Ella sostiene un pincel en una mano y una paleta en la otra”, explica Royal Collection Trust, “identificándose hábilmente como la personificación femenina de la pintura, algo que sus contemporáneos masculinos nunca pudieron haber hecho”.
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