Además de sus vibrantes lienzos que capturaron la vida de la clase trabajadora en el puerto durante las primeras décadas del siglo XX, Quinquela Martín es recordado por llevar su visión a las calles: es por él que las fachadas de La Boca, una de las zonas más emblemáticas de Buenos Aires, tienen el característico colorido que las han convertido en un símbolo de la capital argentina a nivel mundial.
¿Quién fue Benito Quinquela Martín?
Benito Quiquela Martín nació el 1 de marzo de 1890; o por lo menos ese fue el cálculo de las monjas de la Casa de Expósitos, una casa cuna, cuando acogieron a un bebé que había sido abandonado el 21 de marzo. El pequeño venía con una nota que decía: “Este niño ha sido bautizado con el nombre de Benito Juan Martín”.
Cuando tenía 7 años, el pequeño Benito fue adoptado por el matrimonio Chinchella, dueños de una modesta carbonería en el barrio de La Boca. Cursó dos años de escuela primaria, pero tuvo que dejar los estudios para ayudar en el negocio de sus padres y, años después, trabajar como cargador en el puerto; ese fue su primer encuentro con las escenas y colores que definirían su obra. El bullicio de la zona lo inspiró a crear sus primeros dibujos con trozos de carbón y madera, valiéndose de técnicas meramente intuitivas.
Aunque el pintor fue mayormente autodidacta, tomó algunas clases en el Conservatorio Pezzini–Sttiatessi. Su profesor fue Alfredo Lázzari, una de las figuras que introdujo el impresionismo en Argentina. Además, también estudió dibujo con un carpintero de nombre Casaburi. Esto le permitió empezar a definir su imaginario, marcado por el común denominador de las familias internacionales que daban vida a su amado barrio, así como el ajetreo constante del puerto que alimentaba a la ciudad de Buenos Aires: un incansable espíritu trabajador.“Me parece que estoy metido en mis cuadros y amarrado a los muelles de La Boca, como los barcos que tantas veces descargué antes de trasladarlos a mis telas pintadas, a mis decoraciones murales, a mis cerámicas, y grabados. Más amarrado aún que los barcos que vienen y van”, dijo el pintor.
Consolidación como pintor
Quinquela Martín trabajaba principalmente con una espátula para traducir el volumen de los barcos y los muelles que solían protagonizar sus pinturas, frente a las aguas y los cielos de tonos intensos que complementaban la composición. Sin embargo, su obra no era precisamente documental; abordaba historias oídas y presentaba ficciones propias donde la experiencia colectiva era el elemento principal.
En 1910, el joven Benito participó en la muestra de la Sociedad Ligure de Socorro Mutuo de la Boca, su primera exhibición, con cinco piezas. En 1914, participó en el Salón de Recusados, organizado por artistas rechazados por el Salón Nacional, un evento organizado por el establishment del mundo del arte en ese momento. En 1920, ese mismo Salón Nacional le otorgaría el tercer premio por su pintura Escena de trabajo.
La década de 1920 llevó a Quinquela Martín–quien había castellanizado el apellido de su padre para empezar a firmar sus cuadros–a exponer en las grandes capitales del mundo. Su obra fue bien recibida en ciudades como Río de Janeiro, Madrid, París, New York, Roma y Londres.
En España, el pintor vendió dos obras para el Museo de Arte Moderno (hoy Museo Reina Sofía); mientras que dos de sus obras fueron adquiridas por el Museo Metropolitano de Nueva York tras una exposición en 1928. Sin embargo, su venta más singular fue la de la pintura Puente de la Boca, adquirida por el presidente argentino Marcelo Torcuato de Alvear como un regalo para el Príncipe de Gales Eduardo VIII, quien pasó a la historia por abdicar al trono de Inglaterra en 1936.
El legado de Benito Quinquela Martín
Tras su último viaje a Europa en 1930, Quinquela Martín se volcó a La Boca para devolverle a esta zona todo lo que había aportado a su carrera. Entre sus proyectos, creó una Escuela-Museo y el Museo de Bellas Artes de La Boca de Artistas Argentinos. Para ello, donó al estado un terreno con la condición de decorar la construcción con una serie de murales e instalar su célebre estudio ahí.
Sin embargo, su aportación más célebre a La Boca son los colores de Caminito, un “callejón museo” que se ha convertido en uno de los sitios más representativos de toda Argentina. En 1950, Quinquela Martín, junto con un grupo de vecinos, decidió recuperar una antigua vía de tren que se estaba convirtiendo en un basurero. Así, el pintor llevó los vibrantes colores de sus obras a las fachadas de los conventillos –casas habitadas por inmigrantes–, dándole vida un espacio donde el arte es celebrado más allá de los muros. Su sueño era que esos colores se expandieran más allá de del barrio y cubrieran todo el país.
Benito Quinquela Martín falleció el 28 de enero de 1977 a los 86 años. Su ataúd fue pintado por él mismo, pues afirmaba que “que quien vivió rodeado de color no puede ser enterrado en una caja lisa”. Dado que no tuvo hijos, se casó con su secretaria de toda la vida para convertirla en su heredera universal. Hoy en día, su legado trasciende su obra pictórica, manteniéndose siempre presente en las coloridas calles de La Boca.
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