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Con una carrera de más de 50 años, Lola Álvarez Bravo fue una de las fotógrafas más excepcionales de la historia de México. Como una figura clave en la escena artística mexicana del siglo XX, Álvarez Bravo lideró el renacimiento cultural posrevolucionario de la mano de los muralistas y de otros fotógrafos como Tina Modotti y su marido, Manuel Álvarez Bravo.
La obra de esta fotógrafa mexicana abarcó una gran variedad de temas. Si bien experimentó con el fotomontaje y el fotomural, son especialmente célebres sus retratos de figuras importantes de la época, que incluyen desde artistas como Frida Kahlo y Diego Rivera hasta escritores como Carlos Fuentes y Elena Poniatowska. Pero más allá de eso, Lola Álvarez Bravo hizo un trabajo casi documental de la vida cotidiana en México: sus fotografías ofrecen un retrato de la vida del mexicano común, desde las comunidades indígenas hasta las grandes ciudades.
Como es el caso de muchas otras mujeres en el arte, su trabajo a menudo quedó eclipsado por el de su marido. Sin embargo, Lola fue una prolífica fotógrafa por mérito propio. Además de su trabajo en la fotografía comercial, registró la obra de numerosos pintores de la época para el archivo del Instituto Nacional de Bellas Artes, fue docente en la Academia de San Carlos y abrió el estudio de fotografía que eventualmente se convertiría en la Galería de Arte Contemporáneo. “No tengo mayores pretensiones artísticas”, dijo la fotógrafa alguna vez, “pero si algo resulta útil de mi fotografía, será en el sentido de ser una crónica de mi país”.
Primeros años
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Dolores Martínez de Anda nació el 3 de abril de 1903 en Lagos de Moreno, Jalisco. Aunque nació en una familia acomodada, sus padres se separaron cuando ella tenía tres años y su madre murió poco tiempo después. Tras la muerte de su madre, la familia se trasladó a la Ciudad de México. Desafortunadamente, en 1916 ocurrió otra tragedia familiar: su padre falleció, por lo que ella y su hermano tuvieron que irse a vivir con su tío y su esposa. Fue durante esta época que conoció a Manuel Álvarez Bravo, quien eventualmente se convertiría en su esposo.
En 1922, Lola conoció a Frida Kahlo mientras asistían a la Escuela Nacional Preparatoria. Ahí formaron un vínculo estrecho que duraría el resto de sus vidas. A los 22 años se casó con Manuel, y la pareja se fue a vivir a Oaxaca. De la mano de su marido—quien era un aficionado de la fotografía desde la adolescencia—Lola empezó a aprender cómo usar una cámara y a revelar películas. La joven fotógrafa produjo sus primeras imágenes en Oaxaca mientras deambulaba por la ciudad, a menudo imitando el estilo alegórico de las fotos de su esposo.
Inicios en la fotografía
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Después de varios años en Oaxaca, el matrimonio regresó a la Ciudad de México en 1927 con motivo del nacimiento de su primer y único hijo, Manuel Álvarez Bravo Martínez. Ese año decidieron abrir una galería de arte en su hogar, donde exhibían fotografías y pinturas de amigos artistas como Rufino Tamayo, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco.
Aunque originalmente trabajaba como contador para el gobierno, Manuel decidió dejar su empleo para dedicarse de lleno a la fotografía, con Lola como su asistente. Si bien buena parte de su trabajo consistía en realizar tareas menores como mezclar químicos y ayudar a revelar e imprimir, el interés de Lola por la fotografía se mantuvo vivo, y siguió desarrollando sus propias habilidades técnicas y de composición. La fotógrafa adquirió su primera cámara—una Graflex—en 1930; se la vendió la fotógrafa italiana Tina Modotti, amiga de Manuel, quien acababa de ser expulsada del país tras el asesinato de su pareja.
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Aunque su esposo se oponía al deseo de Lola de aprender a tomar fotos ella misma, esta época de aprendizaje resultaría ser de gran utilidad poco tiempo después. En 1931 Manuel cayó gravemente enfermo, por lo que Lola tomó las riendas del negocio fotográfico, haciéndose cargo de las sesiones pendientes y manteniendo a la familia a flote.
En 1933, Álvarez Bravo conoció al fotógrafo estadounidense Paul Strand. La fotógrafa se sintió atraída al estilo documental de sus fotografías, que se diferenciaban mucho de las imágenes más posadas que tomaba su marido. Así, Lola comenzó a favorecer temas cotidianos que le permitieran documentar las vidas de sus sujetos. Desafortunadamente, esta naciente visión artística y su deseo de desarrollar su propio estilo causó grandes tensiones en su matrimonio; la pareja se separó en 1934, aunque no formalizarían su divorcio hasta 1948. La cámara que le vendió Tina Modotti se convertiría en su gran aliada, ya que, como señala la crítica de arte Raquel Tibol, “Lola encontró en la fotografía el modo de sostenerse, tanto material como anímicamente”.
Madurez
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Tras su separación de Manuel Álvarez Bravo, Lola se mudó a la casa de la pintora María Izquierdo. Para ese entonces, la fotógrafa ya colaboraba con varias revistas locales, donde era reconocida como una talentosa fotoperiodista. Tras un encuentro fortuito con el entonces secretario de educación Lázaro Cárdenas, Álvarez Bravo empezó a trabajar en El maestro rural, una revista pedagógica dirigida a maestros jóvenes. Aunque inició como colaboradora, pronto sus talentos se hicieron evidentes, llevándola a convertirse en fotógrafa en jefe.
En 1937, Álvarez Bravo empezó a trabajar como fotógrafa en la Universidad Autónoma de México (UNAM) en el Instituto de Investigaciones Estéticas, puesto que mantendría hasta 1971. Además de dar clases y talleres, la fotógrafa se dedicó a viajar por el país para documentar sitios de interés histórico y arqueológico. Asimismo, continuó con su trabajo como fotoperiodista, y empezó a experimentar con técnicas como el fotomontaje.
Dada su trayectoria, en Instituto Nacional de Bellas Artes ofreció a Lola Álvarez Bravo el puesto de jefa de fotografía en 1941. Tres años después, la fotógrafa tuvo su primera exposición individual en el Palacio de Bellas Artes, a la vez que actuó como curadora de una exposición sobre pintores jaliscienses. Este trabajo de curaduría inspiraría la creación de su propia galería, que llamó Galería de Arte Contemporáneo; de hecho, en este lugar se realizaría la única muestra individual en vida de Frida Kahlo.
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Desafortunadamente, Álvarez Bravo se vio forzada a cerrar su galería en 1958 debido a problemas económicos. Unos años después, en 1961, sufrió un paro cardiaco, por lo que dejó de tomar fotos por un rato. La fotógrafa se retiró de su trabajo en el Instituto Nacional de Bellas Artes en 1971, y siguió tomando fotografías hasta que perdió la vista a los 79 años. Su trabajo fotográfico fue celebrado tanto en México como en el extranjero, siendo objeto de numerosas exhibiciones en diferentes ciudades de Estados Unidos y se hizo acreedora del Premio José Clemente Orozco por sus contribuciones a la fotografía y a la preservación cultural. Álvarez Bravo falleció el 31 de julio de 1993 en la Ciudad de México.
Legado
Hoy en día, Lola Álvarez Bravo es reconocida como una de las grandes pioneras de la fotografía modernista, y muchos la consideran la primera gran fotógrafa mexicana. Hacia el final de su vida, Álvarez Bravo resumió la importancia de sus fotografías en una frase: “Si mis fotografías tienen algún significado, es que representan un México que alguna vez existió”. Actualmente, su archivo pertenece al Centro de Fotografía Creativa de la Universidad de Arizona.
El 3 de abril de 2020, Google celebró el 117º aniversario del nacimiento de esta extraordinaria fotógrafa a través de un Doodle.
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