Rebelde, irreverente y con una personalidad magnética, Maruja Mallo fue una de las más grandes artistas de su época. Una mujer moderna en todo el sentido de la palabra, esta artista gallega rompió barreras tanto en España como en el mundo para convertirse en una figura clave del surrealismo figurativo.
En ocasiones, el discurso alrededor de la vida de Maruja Mallo se ha centrado en su vida amorosa (estuvo involucrada sentimentalmente con numerosos artistas, incluyendo a los poetas Miguel Hernández, Rafael Alberti y Pablo Neruda) o en su amistad con Salvador Dalí, Luis Buñuel y Federico García Lorca. Sin embargo, Mallo fue una excepcional artista por mérito propio, cuyo estilo tendría una importante influencia en sus contemporáneos. ¿Quieres saber más sobre Maruja Mallo? Aquí te presentamos la vida y obra de quien Dalí describió cariñosamente como “mitad ángel, mitad marisco”.
Primeros años
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Maruja Mallo nació con el nombre de Ana María Gómez González en Viveiro, Lugo, el 5 de enero de 1902. Era la cuarta hija en una familia de 14 hermanos. Su padre, Justo Gómez Mallo, era funcionario de aduanas, por lo que la familia se trasladaba con frecuencia. En 1913 se mudaron a la ciudad asturiana de Avilés, donde permanecerían hasta 1922. Fue entonces cuando Mallo comenzó su formación artística en la Escuela de Artes y Oficios, donde formaría una amistad con el también pintor Luis Bayón.
El amor por el arte venía de familia: su hermano pequeño, Cristino, también tenía inclinaciones artísticas, y eventualmente se convertiría en escultor.
Madrid y las Sinsombrero
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En 1922, Mallo tuvo su primera exposición en Avilés, donde presentó 14 obras de estilo clásico y de paisajes. Ese mismo año, a los 20 años de edad, la artista fue admitida en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. En ese centro educativo conoció a Salvador Dalí; intrigado por la joven artista, Dalí incluyó a Mallo en su grupo de amistades, en el que figuraban Luis Buñuel y Federico García Lorca. Los cuatro jóvenes tenían una fascinación compartida por las profundidades del pensamiento y del subconsciente, y se sentían atraídos por las vanguardias artísticas que ya empezaban a cobrar fuerza en el resto de Europa.
Durante su tiempo en Madrid, Maruja Mallo fue una figura central de las Sinsombrero, llamadas así por un acto de rebeldía en el que participó junto con Margarita Manso, Dalí y García Lorca. Los cuatro jóvenes visitaron la Puerta del Sol y al llegar ahí se quitaron el sombrero, cuyo uso era la norma en ese entonces. “Nos apedrearon llamándonos de todo”, recordaría la artista años después. Este acto transgresor simbolizaba la liberación de las ideas y, en el caso de las mujeres del grupo, la no conformidad con el papel de madre y esposa tradicional. A este movimiento se unirían numerosas pintoras y escritoras de la generación del 27, incluyendo a Rosario de Velasco, María Zambrano, Marga Gil Roësset y María Teresa León.
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El filósofo José Ortega y Gasset, fascinado con Mallo y su obra, decidió en 1928 realizar la primera y única exposición organizada por su publicación, la Revista de occidente. La exposición estuvo protagonizada por la serie Verbena de Mallo, que retrata el caos y el bullicio de estas fiestas populares. Esta serie se inspira en el realismo mágico y se caracteriza por su vivacidad y uso de color. Si bien la serie fue bien recibida, el estilo de la artista dio un giro de 180 grados al llegar la década de 1930. Su serie Cloacas y campanarios explora temas como la putrefacción y lo escatológico, con pinturas oscuras y tenebrosas que a menudo son protagonizadas por animales en descomposición.
Años de exilio
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En 1936, España quedó sumida en una violenta guerra civil tras la sublevación de un grupo de militares liderados por Francisco Franco. Mallo, quien para entonces había desarrollado una fuerte afinidad hacia la clase obrera y reprobaba la violencia de los sublevados, reaccionó al golpe militar exiliándose en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Ahí escribiría numerosos libros sobre su práctica y filosofía artística, además de textos periodísticos en apoyo al bando republicano.
Durante su tiempo en Argentina, Mallo quedó fascinada con los escritos sobre el número de oro y la teoría estética y de proporción de la naturaleza de Matila C. Ghyka. Este amor por la armonía y el rigor científico está detrás de su serie Naturaleza viva. Basándose en la tradición artística de la naturaleza muerta, Mallo creó composiciones geométricas que son protagonizadas por conchas y criaturas marinas.
Además de sus Naturalezas vivas, Mallo también pintó máscaras con fondos oceánicos y numerosos retratos inexpresivos. Ambas series exploran el mestizaje de culturas, un tema que vivió de cerca como exiliada española en América.
Regreso a España
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Maruja Mallo volvió a España en 1961, cuando Franco aún estaba en el poder. Regresó con miedo pero, para su sorpresa, su llegada a España no tuvo repercusiones. Aún así, la artista mantuvo un perfil bajo hasta la muerte del dictador en 1975.
Si bien había tenido reconocimiento en los años 20 y durante su exilio, Maruja descubrió que su obra había sido olvidada en su país. Determinada a recuperar el reconocimiento, Mallo se volvió una figura casi omnipresente en los círculos artísticos de Madrid. Su excentricidad llamó la atención de la generación de la Movida, y pronto se volvería un ícono entre los artistas del movimiento. En esta época también inició su última serie, Los moradores del vacío. El punto focal de las pinturas de esta serie es el espacio: en ellas, Mallo retrata planetas, satélites y conjunciones astrales inventados que exploran la relación del ser humano con la infinidad del universo.
En los últimos años de su vida, Mallo sufrió una rotura de cadera que la dejó inmovilizada en una residencia geriátrica. La artista falleció 10 años después, en 1995. Aún así, su legado sigue más vivo que nunca, con una obra que podría resumirse en una frase que Mallo dijo alguna vez en una entrevista: “La vida en este planeta es arte, ciencia o guerra”.
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