El fresco han sido un método utilizado para crear murales desde hace siglos. Si bien estas pinturas existen desde la antigüedad, muchos artistas modernos han trabajado y reimaginado la técnica, siendo el pintor mexicano Diego Rivera uno de los ejemplos más famosos.
Conocido tanto por sus pinturas revolucionarias como por su tumultuosa vida personal, Rivera es una de las figuras más fascinantes del arte moderno. A continuación, exploramos su trabajo y los eventos que inspiraron a este controversial artista para comprender su legado.
Vida y obra
Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez nació en la ciudad de Guanajuato en 1886. Desde muy temprana edad, Rivera expresó un interés por el arte. A los 10 años fue inscrito en la Academia de San Carlos, una de las escuelas de arte más importantes del país. Algunos años después se trasladó a Europa para estudiar arte, asentándose primero en Madrid y luego en París, donde conocería a algunas de las figuras claves del modernismo.
Durante su estadía en París, Rivera experimentó con varios estilos de pintura diferentes, incluyendo el cubismo y el postimpresionismo. Aunque tuvo éxito en la capital francesa, en 1920 se mudó a Roma, donde pasó un año entero estudiando los frescos renacentistas antes de volver a México. A su regreso, ocurrieron dos acontecimientos que cambiarían su vida: el primero, conocer a la artista mexicana Frida Kahlo, con quien tendría una tumultuosa relación amorosa; y el segundo, iniciar su proyecto más grande—y político—hasta entonces: una serie de murales inspirados en la Revolución mexicana.
El movimiento muralista mexicano
Rivera regresó a México en 1922. En ese entonces, el país estaba recuperándose de la Revolución mexicana, una guerra civil de diez años de duración donde murieron más de un millón de personas. Con la intención de revitalizar la cultura mexicana y de promover los ideales revolucionarios, el gobierno decidió invertir en programas de arte público.
Hoy conocido como el muralismo mexicano, el gobierno reclutó a varios pintores jóvenes para este proyecto, incluyendo a José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y, por supuesto, Diego Rivera. Juntos, “los tres grandes” abordaron los temas de la Revolución en su trabajo, como el sufrimiento humano (en el caso de Orozco), los héroes revolucionarios (uno de los temas preferidos de Siqueiros) y la clase obrera mexicana (el enfoque principal de Rivera).
Los murales de Diego Rivera
Aunque los tres artistas tuvieron éxito, las obras a gran escala de Rivera resultaron ser particularmente populares tanto en México como en el extranjero. Con su estilo caracterizado por una vibrante paleta de colores y formas simplificadas inspiradas en el arte maya y azteca, “Rivera creó enormes murales cíclicos basados en los estilos modernistas para producir versiones heroicas del presente y pasado de México, capturando la atención de críticos y espectadores de todo el mundo”.
Entre las décadas de 1920 y 1930, Rivera completó frescos llenos de contenido político por todo el mundo. Algunas de sus obras más conocidas se encuentran en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Estos incluyen su primer mural, La Creación, en el Anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria (hoy el Antiguo Colegio de San Ildefonso), así como las pinturas colosales que adornan las escaleras y pasillos del Palacio Nacional.
Rivera también hizo murales en los Estados Unidos. Su amistad con el embajador americano en México dio origen a algunos de los trabajos más famosos de Rivera: La fabricación de un fresco mostrando la construcción de una ciudad en San Francisco; los Murales de la industria de Detroit en Detroit; y El hombre en el cruce del camino, un mural planeado para la Plaza Rockefeller en Nueva York que nunca fue terminado.
El hombre en el cruce del camino
Irónicamente, El hombre en el cruce del camino es probablemente la obra más famosa de Rivera fuera de México. Su diseño incorporaba varias temáticas y motivos que hacían referencia a la cultura contemporánea. En el centro de la composición, un trabajador controla una máquina. Esta figura central está rodeada de innumerables símbolos, desde una mano sosteniendo una bola de cristal adornada con átomos y células hasta estrellas y planetas.
Con escenas que hacen referencia tanto a la sociedad como a la ciencia, Rivera explicó que El hombre en el cruce del camino ilustraba la búsqueda de la humanidad de un “equilibrio más completo entre el desarrollo técnico y ético…”. Esta, sin embargo, no es la única yuxtaposición que explora Hombre en el cruce del camino. Sobre todo, el mural examina el contraste entre el capitalismo y el comunismo.
Aunque el concepto inicial de Rivera fue aprobado por la familia Rockefeller, no tardó en causar controversia. “La temática marcadamente pro-izquierda de Rivera—incluyendo un retrato favorable de Vladimir Lenin—y los retratos caricaturescos de los Rockefeller irritaron a los gerentes del sitio, y Rivera fue despedido antes de que pudiera completar el fresco”, explica el Museo de Arte Moderno.
Antes de ser despedido, a Rivera se le dio la opción de simplemente modificar el tema de su mural. Sin embargo, el artista se negó, diciendo que “antes de mutilar el concepto, preferiría la destrucción física total del concepto, preservando, por lo menos, su integridad”. El fresco fue retirado de las paredes y destruido. Esto, a su vez, resultó en protestas y boicots alrededor del mundo, llevando a Rivera a concluir que el sufrimiento de su arte “hará avanzar la causa de la revolución obrera”.
Aunque El hombre en el cruce del camino nunca fue completado, Rivera pintó una réplica más pequeña llamada El hombre controlador del universo que se ubica en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México.
El legado de Diego Rivera
Si bien la carrera de Rivera estuvo llena de escándalos hasta su muerte en 1957, sus murales son considerados contribuciones clave tanto a la historia del arte como a la sociedad moderna en su conjunto. Con sus obras públicas a gran escala, Rivera comunicó importantes mensajes políticos que desafiaron, movilizaron e inspiraron al público. De hecho, el famoso “New Deal” del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt—una serie de proyectos que desempeñaron un papel fundamental tras la Gran Depresión—se inspiró en este modelo, demostrando el valor y la virtud del arte público.
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